Del 4 de febrero al 7 de abril en el Refugio.
Fermín Alegre es un personaje singular, eso es indudable. Yo, apenas conocí sus pinturas, me quedé un poco flipado. El tío este no se corta un pelo, la verdad; igual te pinta un capullo descomunal atacando a un lepidóptero, que te pone un sapo aplastado en un lienzo o pega en el otro pelos de coño y escarabajos. A mí me fascina, porque no lo hace porque sí, como muchos otros, sino empujado por una visión muy crítica de la realidad, vamos, que no es un faltón de los de ahora, sino un artista hiper-realista con una larga historia detrás, y además escribe cosas, zarandajas y cajas negras llenas de aforismos, de paradojas y de silencios. A mí Fermín me encanta. Nunca se ha creído eso de las academias y los títulos. Por eso se mueve en los márgenes, con nocturna alevosía, disparando siempre su pincel contra los poderosos, enseñándonos, así, que tras los mercados hay un dragón hambriento de carne humana, que lo superfluo y lo innecesario nos estrangulan, y que la vida es otra cosa, que casi ya se nos ha olvidado, pero no, ahí está Fermín, con esa pinta de sabio despistado y su barba blanca, como un moderno Merlín, para hacer que recordemos. Solo la memoria puede romper el hechizo. La libertad está detrás.
